Entiendo a quienes no les gusta la minería, pues consideran que altera la naturaleza y temen que genere problemas de salud para la gente cercana a las explotaciones. Y, por supuesto, comprendo la preocupación de los que no quieren que se explote más petróleo, que aumenta el calentamiento global y produce plástico no degradable.
También respeto a los que consideran cruel que se encierre a vacas, pollos o cerdos para sacrificarlos y ponerlos en nuestros platos. Y comprendo a los que quieren prohibir la ganadería, pues se sabe que es gran productora de anhídrido carbónico y de contaminación. Por cierto, no me gustan mucho los experimentos con animales para desarrollar medicinas que curen a los humanos.
Y me parece lógico que algunos busquen eliminar los sembríos industriales, pues alteran el equilibrio ecológico de miles de especies. Y respeto a quienes se oponen a los insecticidas y a las semillas transgénicas, que no sabemos qué peligros traen para el futuro. Además, me dan ganas de solidarizarme con quienes, por proteger los pulmones del mundo, se oponen a la tala de la Amazonía y otras zonas vírgenes del mundo.
Es razonable que algunos se opongan a más urbanizaciones pues le quitan sitio a la naturaleza. Entiendo, por tanto, su posición de declarar una moratoria al crecimiento urbano, aunque eso exija que todos nos juntemos para dar cabida en el mismo espacio a los millones de personas que nacen cada año.
Lo extraño es que a pesar de los problemas de las actividades mencionadas, no conozco a nadie que se oponga a la vez a todas ellas. Así, los que luchan contra la crianza de animales quieren mejorar la productividad agrícola para remplazar las proteínas animales… cosa que discuten quienes se oponen a los pesticidas y transgénicos… aunque pidan, para no afectar las zonas vírgenes, edificios más altos, de acero y otros metales… lo que no gusta a quienes están contra la explotación minera y petrolera… pero que plantean crear empleos con la ganadería o la agricultura intensiva… y desean un mayor uso de madera en lugar de plástico. Y la mayoría –activistas o no– quiere mejores ingresos, hijos sanos y bien alimentados, casas y escuelas resistentes y con jardín, muebles de madera, vehículos seguros y energía para usarlos.
Y por eso no avanzan los proyectos mineros en nuestra sierra, la explotación forestal en la selva y las industrias de transformación que necesitamos para crecer.
Si hubiera un grupo que, en lugar de defender a ojos cerrados una única causa se ponga en los zapatos de los otros y trate de buscar soluciones realistas que mejoren la vida de todos, muchos lo apoyaríamos. Incluso sacrificando parte de nuestro bienestar para lograrlo.
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